De Letras Mágicas es un blog de cuentos, relatos y pequeñas historias que quedaron abandonadas por ahí. Perdidas y olvidadas. Para leer de pasada. En un descuido. En el colectivo de vuelta a casa o mientras esperas el taxi. Si andas con algo de tiempo y ganas de leer. Te invito a visitar De Letras Mágicas.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Como Messi

 

El tráfico a esta hora es caótico. Acelero y freno, avanzo un poco y vuelvo a frenar. Un par de cuadras se sienten como veinte minutos.

Consulto el reloj; faltan minutos para que los chicos salgan de la escuela. Más papás se acercan, más autos, más ruido. Por suerte, un auto se va justo a tiempo y logro estacionarme. Un pequeño golpe de suerte. Al bajar de mi Sandero, el conductor del Voyage detrás de mí me fulmina con la mirada.

Esta hora siempre es un descontrol, pero hoy más que nunca. Todos quieren recoger a los chicos y salir rápido. Los que no tienen hijos y salieron del trabajo quieren volar. Todos apuran el paso, algunos choques y se escapan algunos improperios.

Los agentes de tránsito, los siempre odiados "zorros," también quieren irse y mueven las manos como si estuvieran en cámara rápida. El ruido del tráfico es ensordecedor, como una sinfonía caótica de bocinas y balizas desafinadas. Murmullos de gente. Cientos de ruidos mezclados en una gigantesca olla preparando un caldo de rabia.

Intento mantener la paz; al menos encontré estacionamiento. Aunque también quiero estar en casa como todos. Es un día especial. Hoy juega la selección argentina, semifinal contra Croacia. El entusiasmo y la ilusión del pueblo se sienten en el ambiente. Faltan un par de horas, pero hay mucho por hacer. La expectativa es palpable en cada casa, familia e incluso en el trabajo.

Entro al colegio, saludo al portero. Todavía no sale Olivia; mi otro hijo Felipe se quedó en casa con un resfriado sospechoso. Solo me queda buscar a Olivia, la más pequeña, la mimada, la atorranta.

Tengo que decirle que se suspendió su clase de fútbol por el partido de hoy. Seguro se enojará; algunos berrinches y pataletas. No le gusta perder ni una de sus clases de fútbol.

En un pasillo, me aprieto contra una pared, tratando de no llamar la atención mientras espero. Pasan chicos, chicas, maestras, maestros, papás, mamás, abuelas, tíos, primos; cualquiera que esté desocupado para buscar a los chicos.

Sigo esperando, mirando al suelo, cuando veo algo que llama mi atención: una tapa amarilla de una Boligoma que se le habrá caído a algún alumno distraído. La misma Boligoma que yo usaba hace muchos años para pegar. Sigue el desfile de gente, todos pasan por encima de la tapita, algunos la rodean, otros se detienen para no chocarla y hasta dan un saltito.

Miro el reloj y vuelvo a mirar la tapita amarilla que ahora recibe unos rayos de sol que la hacen casi invisible. ¿Qué estoy esperando?

Espero algo que hubiera hecho hace años, no hubiera sido alguno de aquellos que ignoraban a la pequeña tapa. Mi reacción hubiera sido distinta. Por supuesto. Una reacción que ahora contengo y apretó en mi corazón. Quiero ir y hacerlo. Me muero por hacerlo. Siento en mi pierna derecha la necesidad. No. La obligación de ir y hacerlo. Pero no puedo. Será la edad. Será la timidez. No sabría decirlo. Una vocecita que suena como yo hace treinta años me dice que le doy vergüenza. Quizás tiene razón

Escucho la voz de mi hija; viene arrastrando la mochila y la campera. Viene con una compañera que la despide con un abrazo. Se hacen arengas para el partido de hoy, y me río. Olivia me choca en un abrazo con toda su ternura y un poquito de torpeza.

Empieza a contarme todo lo que pasó en el colegio.

—Paso de todo hoy. En el auto te cuento —me dice con seriedad.

—¿Qué pasó ahora? —le pregunto.

—En el auto te cuento. Así no hay ruido y… —me dice, pero algo la interrumpe.

Asiento con la cabeza y sigo caminando por el pasillo hacia la puerta de salida. Caigo en la cuenta de que estoy caminando solo. Me doy la vuelta y ahí está Olivia frente a la tapita de Boligoma. La veo concentrada. Me quedo mirando.

—Dale, Oli —le digo.

No me responde. Da un pequeño trotecito y le pega a la tapita que sale por la puerta del colegio y cruza la calle hasta perderse entre autos y gente. El sonido del golpe de su zapato contra la tapita resuena en el aire como una nota musical fugaz. El grito de gol es escuchado por algunas personas que también quieren gritar con ella. Como un pequeño presagio. Una pequeña y dulce señal.

Olivia levanta los brazos y sonríe. Su huequito en la mejilla me golpea en lo más profundo de mi ser y me desarma.

—¡Gol! —grita contenta.

Me río y le extiendo la mano para chocarla, mientras comenzamos a caminar juntos. Justo antes de subir al auto, Olivia se voltea y me dice con emoción en su voz:

—¿Viste, papá? ¡Como Messi!

Sonrío y respondo:

—Igual que Messi.

Olivia se acomoda en el auto, agotada por un día largo en la escuela. Está somnolienta, pero siempre irradia felicidad. Esa felicidad que me revitaliza incluso en mis momentos más agotadores. Esa felicidad que me da pilas cuando ya no tengo.

Ya no me oprime el corazón. Una pequeña satisfacción. Tan pequeña que me hace muy feliz. Casi insignificante, pero que me llena de alegría. Ansiando compartir ese pequeño momento con mi esposa, nos dirigimos a casa. Ya se viene el partido. Esa es otra historia. Pero todos ya sabemos cómo termina y lo feliz que vamos a estar en aquel mágico diciembre.






 

 

domingo, 12 de marzo de 2023

El Bufon y el Caballero

 






Entraron al bar. Primero entro el bufón. Abriendo las puertas de par en par. Haciendo una reverencia al público que quedo en silencio.

Un silencio que dolía como el frio. Como si los huesos se congelaran.

Toda la gente que estaba en el bar quedo petrificada. Todos sintieron en ese momento la urgencia de irse. A todos las ganas de tomar se le fueron en ese momento cuando el bufón y su cara pálida entraron al bar.

Querían irse a casa. Cerrar las puertas con llave y de ser posible esconderse debajo de la cama. Aquel silencio los hizo sentirse como niños.

Pero no se fueron. No podían. No debían. No iban a irse.

El bufón también se los dejo en claro.

—Si alguno quiere irse, puede irse. Pero solo si quiere morir. Los que se queden también van a morir.

Entonces entro el caballero. El símbolo en su pecho trajo algo de tranquilidad a la gente del bar. Su rostro estaba cubierto por una capucha y le daba el aspecto de aquel animal nocturno que tanto miedo causaba a los villanos.

Su ojos blancos se posaron en el bufón. 

—No vas a matar a nadie —dijo con una voz ronca.

—Oh, este silencio se podría cortar con una navaja, caballero —el bufón metió la mano al bolsillo y saco una navaja. Se escucho un ruido cuando la hoja salió causando una herida en el aire—. Podría cortarlo ahora mismo.

—Tampoco vas a cortar nada —el caballero le quito de la mano la navaja.

—Ya veremos. Cerveza y dos vasos —dijo el bufón apuntando con un dedo al barman.

El caballero empujo al bufón y se sentaron en la barra del bar.

Los que estaban ahí se fueron a buscar una mesa. El resto se preguntaban cómo es que estaban ahí los dos. Eran enemigos. Se habían enfrentado tantas veces. Enfrentamientos crueles y sangrientos que siempre dejaban al mundo un poco más descompuesto.

Un poco más cerca de la locura.

El barman les alcanzo dos grandes chop con la cerveza casi derramándose. Trato de seguir atendiendo el bar como de costumbre. Como si fuera otra noche en aquel legendario bar. No era otra noche. Algo iba a pasar. Lo sabía.

Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

El bufón miro al barman de reojo. Luego sostuvo la jarra y le paso la lengua por el borde.

—Un trago. Y de vuelta a mí habitación. Ese el trato. ¿No, viejo amigo?

—No es un trato. No somos amigos.

—Pero si eres viejo

—Si. Estoy viejo. Tú también lo estas. Ya no podemos seguir con esto.

El caballero tomo el primer trago. Un largo y profundo trago. El bufón lo miraba atentamente. Casi saboreando la cerveza que el caballero tomaba.

El bufón acabo su cerveza de un solo trago.

—¿Quieres jugar ruleta rusa? —dijo el bufón y dejo una Smith & Wesson 10 en la barra.

—No tienes balas. Te las quite.

—Si, sí. Ya sé, pero siempre guardo una bala. Déjame ver. Debe estar en algún lado —el bufón reviso cada uno de sus bolsillos. Luego hizo un gesto de enfado—. Ya voy a recordar. Siempre guardo una bala.

Con el mismo sigilo el barman llenaba los chop con cerveza y se iba sin dejar rastro. El bufón hablaba fuerte. Se reía. Y su risa era como una campana que sonaba en un cementerio. Que hacía retumbar los oídos y causaba escalofríos.

El bufón siguió hablando. Con cada cerveza hablaba un poco más.

El caballero seguía igual. Hablando poco. Cada tanto hacia alguna mueca.

—Conocí a tu padre. Un gran tipo. Le gustaban los chistes de homosexuales.

—No conociste a mi padre.

—Oh, si lo conocí. También te conozco a ti. Debajo de la máscara. Se quién eres.

—No sabes una mierda —respondió el caballero terminando otra cerveza.

No hacía falta que hicieran ninguna seña. Cuando los vasos quedaban vacíos el barman aparecía y los llenaba. Aquella noche parecía un alcanza pelotas en un partido de futbol. Atento para que el juego continuara.

Cuando la cerveza empezaba a bajar el caballero llevaba a los empujones al bufón al baño. En el baño el bufón seguía hablando y sonriendo.

—Siempre me pregunte como hacías para ir al baño con ese estúpido traje —le dijo el bufón parado junto al caballero en los urinarios.

—Por supuesto que eso fue lo primero que diseñe, idiota —respondió el caballero.

El bufón exploto en una carcajada.

La noche seguía avanzando. Los dos seguían tomando a la par. Cerveza tras cerveza. Trago a trago. Por momentos el bufón se ponía serio y aquello daba más miedo que su risa. Por ratos el caballero también hablaba conmovido.

En algún momento quizás se los vio reír a los dos y abrazarse.  Reírse como viejos amigos. El caballero recordó alguna vez que hasta se sacaron una foto, pero nunca pudo ver esa foto, ni supo en que celular se sacó.

Cada tanto levantaban las jarras y hacían algún brindis.

—Se que es lo más te molesta de mí.

—¿Qué es? —pregunto el caballero sin interés.

—Lo que más te molesta. Es no saber cuándo miento y cuando digo la verdad. Te diré un secreto, caballero. Cuando digo que voy a matar. Siempre digo la verdad.

Afuera se escuchaba el ruido de sirenas. De ambulancias y de la policía. Se escuchaba el ruido de disparos. Gritos. Corridas. La ciudad no dormía. No descansaba. Se escuchaba autos que frenaban. Gente corriendo. Gritando. Gente desesperada. Gente trastornada. Gente al borde de la locura.

El bufón los escuchaba. Era por él. El rey bufón.

—Estuve ahí, caballero. Fui expulsado. Por esa gente que tanto defiendes y proteges. Ahora soy libre. Mi trabajo es despertar a los que duermen. Reinando en el infierno, antes que servir en el cielo —dijo el bufón.

Afuera llovía y en el cielo una señal llamaba al héroe que no aparecía.

El caballero empezó a sentir que el traje pesaba. Que su cuerpo pesaba. Aquella sensación le causo incomodidad. Toma un trago largo y se limpió la boca con los dedos. Por un momento el alcohol oculto lo que sentía.

¿Alguna vez pensaste que tu ausencia salvaría más vidas, caballero? Quiero decir que solo existo porque tu existes. Que si tu no estarías aquí. Tampoco yo estaría y ya habrías salvado más vidas que las crees que puedes salvar.

—Tal vez. Tal vez tengas razón —respondió con pesar el caballero.

La lluvia empezó a caer con más fuerza, ahora acompañada de truenos y rayos que hacían temblar el bar. Por momentos la luz se cortaba y volvía. Por momentos el bar quedaba a oscuras y solo se podían ver los ojos blancos del caballero. El agua empezó a entrar al bar. La gente seguía bebiendo. Algunos ya se habían dormidos con la cabeza en la mesa. El barman también empezó a sentir sueño. Un cansancio extraño. Lleno una vez más los chop del bufón y el caballero. Luego cayó al suelo junto con una botella que se rompió en pedazos.

El bufón tomo de su vaso y acerco el otro vaso al caballero que estaba con la cabeza apoyada en la barra.

El bufón empezó a hurgar en su boca. Con dos dedos agarro un colmillo y luego lo arranco con fuerza. Escupió al suelo sangre.

Sostuvo por un momento el colmillo ensangrentado en la mano. Luego tomo la Smith & Wesson 10. Abrió el tambor e introdujo lo que aparentaba ser un colmillo y en realidad era un bala.

—¿Ves, caballero? Siempre guardo una bala.

Hizo girar el tambor. Sin mirar la pistola. La cerro con un brusco movimiento.

—Primero los caballeros.

Apunto a la cabeza del caballero dormido. Y disparo

¡Click!

La bala no salió.

—Ahora es mi turno —dijo el bufón.

Introdujo la pistola en su boca y disparo.

¡Click!

La bala tampoco salió. El bufón hizo un gesto de desagrado.

—Que aburrido —se quejó y guardo la pistola en un bolsillo.

El bufón miro al caballero dormido y acaricio su máscara. El caballero hizo un pequeño gesto de dolor y tosió. El bufón miro alrededor, contemplando su obra. Todos estaban muertos. El agua seguía entrando por las puertas. La tormenta era cada vez fuerte y por un momento los truenos y rayos taparon todos los demás ruidos. Aquella furia del cielo fue el único ruido que se escuchó en la ciudad enferma. El bufón tomo el ultimo trago de cerveza y se puso de pie. Sentía un ligero mareo. Y el cuerpo adormecido por su propio gas asesino o tal vez por la cerveza. Sentía como la garganta se le contraía y empezaba a picar. Soltó una carcajada.

 

¡Que hermosa sensación! ¡Sofocación! Es un gas especial. Un poco más especial. Es asesino. Pero tú estarás bien. Sé que tu sangre tiene antídotos a muchas de mis mezclas. Ellos no tienen tus recursos. Mas muertes con las vas a cargar. Después investigaras. Como haces siempre. ¿Acaso fui capaz de envenenar todas las botellas del bar? Por supuesto que fui capaz. Como también fui capaz de hacerte bajar la guardia. Si, te estás haciendo viejo. Yo también me estoy haciendo viejo. Quería tomar una cerveza. Esa si era una maldita verdad. Ahora duerme caballero. Duerme. Esta noche acaba de empezar. No traigo cambio. Tendrás que pagar esta noche, caballero.

Dibujo por Batmaniano

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Todas las lunas en el cielo

Acerque una silla a la ventana, tenía en la mano un vaso de vidrio con Pepsi. Hace mucho que no sale la luna, le dije a Sofia que estaba sentada en el sofá mirando el celular. ¿Qué? Me pregunto sin prestarme mucha atención.

Ya se había hecho de noche y había puesto en la televisión una película que pasaban siempre a esa hora. Una comedia de Adam Sandler. Que la luna hace mucho no sale, insistí. ¿Quién dice? Sofia seguia sin sacar los ojos del celular. Lo digo yo. Que miro al cielo y no la veo hace mucho. Ella escribía algo en el celular. Estarás viendo mal. Creo que el otro dia la vi. Me dijo. Todavía sin creerme, ni mirarme. No, no. No sale hace mucho. Insisti una vez mas.

Seguí mirando en el cielo, buscando la luna que no estaba.

El cielo estaba limpio y se podían ver millones de estrellas en aquella noche de otoño. Me levanté de la silla y salí un rato a la calle. Aproveche para prender un cigarrillo. A Sofia no le gustaba que fume en la casa. Me quede mirando el cielo, buscando la luna. No había gente en la calle. Uno que otro auto pasaba. Un perro arrastraba una bolsa de basura. Corría un pequeña y fría brisa, pero yo estaba de remera. Cuando me convencí de que la luna no estaba y después de terminar el cigarrillo volví a entrar a la casa.

¿En la tele dijeron algo? Hubieran dicho algo si no estaría la luna en el cielo, dijo Sofia cuando entre a la casa y me volví a sentar junto a la ventana. No, nadie dice nada. Seguía con el celular en la mano, la televisión seguía prendida, pero nadie le prestaba atención. En los canales de noticia tampoco decían nada. Algo hubieran dicho. Sería tendencia. Sofia me mostro la pantalla del celular y las diez principales tendencias en Twitter. No había ninguna mención. Debe ser que nadie se da cuenta. Mira el cielo. No esta. Sofia no hizo ni el intento de levantarse a mirar por la ventana. ¿Y vos como te diste cuenta? ¿Desde cuando miras tanto el cielo? Me pregunto. Mi celular. Se rompió. Te dije. Hace como una semana. Sofia dejo de mirar la pantalla de su celular. Me miro como si le hubiera dicho que me había contagiado de Covid-19. Hace mucho que no miraba al cielo. Le dije a Sofia. Y ya nadie hace eso. Hay una app que te pone el cielo en tiempo real y en HD. Sofia entro en la tienda de aplicaciones del celular y empezó a descargarse la app que mostraba el cielo en tiempo real y en HD. Seguí mirando al cielo con mis propios ojos y en lo que yo consideraba en tiempo real.

Durante toda la semana. Volviendo del trabajo me sentaba en la misma silla a mirar el cielo. Las luces de la calle estaban quemadas y de la municipalidad habían dicho que pronto iban a ir cambiarlas. Pronto podía ser mañana, pasado o en el próximo milenio. No me queje. En aquella oscuridad el cielo se podía ver con total claridad.

Un día me senté y cuando levante la cabeza para ver el cielo, casi me caigo de la silla. Trate de mantener la compostura. De no gritar. No podía creer lo que estaba viendo. Sofia había salido de la ducha y se sentó en el sofá como todas la noches a no ver la televisión y mirar el celular. Ya aparecieron. Le dije. Tenía puesto una remera de los Rolling Stone que antes era mía y ahora la usaba como pijamas. ¿Quiénes? Me dijo ella. Todas las lunas en el cielo.

Volví a mirar hacia afuera. En el cielo no había una luna.

Eran cientos de lunas todas iguales de brillantes y hermosas.

Lunas en todas sus fases. Lunas llenas y menguantes. Cuarto crecientes. Lunas nuevas. Lunas que parecían traídas de otras galaxias. De cuentos de hadas. De películas de ciencia ficción. Lunas que parecían ser rostros y que ahora miraban a la tierra con curiosidad. Lunas que parecía que uno podía tocar con solo estirar la mano.

Bueno, ahora me fijo en la app. ¿Ya te devolvieron tu celular? Sofia ni siquiera me miro. Sonrió cuando en la película alguien se caía. Me parece que era la misma película de Adam Sandler que daban todas las noches. Me lo entregan esta semana, ¿puedo ver esa app? Sofia hizo un gesto de fastidio. Busco entre cientos de aplicaciones inútiles que tenía en el celular. Hubo que esperar un rato hasta que paso algo de publicidad y me enseño una imagen del cielo en tiempo real y en HD según anunciaban. "El cielo de tu barrio". Se llamaba la dichosa aplicación. Mire un rato mientras Sofia sostenía el celular frente a mis ojos. En la aplicación solo se podía ver una luna. Una luna vieja y apagada.

No me entregaron el celular esa semana. Faltaba un repuesto que tenían que pedir y traer. No me queje tampoco. Mientras volvía a casa podía ver en el cielo las cientos de lunas. Se podian ver aún durante el día. Caminaba a casa mirando al cielo y tenía ganas de gritarle a la gente que mirara hacia arriba un ratito nada más. Pero no había caso. Las tendencias en las redes sociales cambiaban cada dos por tres y nadie se quería perder nada.

Pensaba en todas las canciones que nadie escribía. En la pinturas que alguien no pintaba sobre aquel cielo y sus lunas. En los cuentos que nadie contaba. En los amantes que hubieran podido bajar la luna que tanto prometían.

A lo mejor ahora se podía. Pensaba en todo eso que alguien con talento hubiera podido hacer y en la desgracia cósmica que sea yo y mi falta de capacidad el único testigo de aquello.

Cuando llegue a mi casa aún no se había hecho de noche. En aquella hermosa tarde de otoño, se podían ver en el cielo todas las lunas. Una por cada noche que no había salido. Una por cada uno que las había ignorado. Lunas que ahora posaban en el cielo sin esconder su belleza. Que salían a jugar como niños en un parque. Me acorde que mañana iba a estar listo mi celular.

Prendí un cigarrillo mientras Sofia se reía mirando no sé qué en su celular.

Empecé a despedirme de todas las lunas en el cielo.



Foto de Sebastian Schachtel

lunes, 31 de enero de 2022

Cómo siempre que llueve en enero



El planeta vuelve a dar una vuelta. Un año más.

Fue una vuelta a la manzana.

Y estamos de nuevo en ese día.

Este día.

Te pones triste. Otra vuelta y es el mismo día. 

El universo que te hace sentir pequeña. Pasan estrellas fugaces iluminando el cielo infinito. Millones de estrellas bailan en la noche que es tan breve. 

El sol brilla durante el día y después todo se apaga. La calma vuelve. Pronto va a amanecer. También es de noche. La luna en silencio se pierde entre unas nubes. Todo eso pasa lejos. Lejos. Donde todo es infinito. Dónde el universo no se termina. Dónde explotan estrellas. Donde todo desaparece.

Dónde nace todo de nuevo.

Hoy el cielo esta gris. En algún lugar alguien te mira. Te cuida. Mientras la vida sigue su interminable carrera. Arrastras tu cuerpo. La vieja rutina. Dejas que tu cuerpo vaya solo.

Como un cometa que se soltó de la mano de un niño. Que se va con el viento.

Hoy no estás en esta tierra. Estás lejos. Lo buscas. Estás con él. A su lado.

Te sentas a tomar unos mates y se empieza a hacer de noche.

Hablas con él.

Sos una niña. Una adolescente. Sos una mujer.

Contentes las lágrimas. No querés que te vea llorar. Cerras los ojos para esconderte.

Él te mira. Solo te mira.

No vas a decirle que todavía duele su ausencia. Duele hoy un poco más. Duele pensar en el olvido.

Miras al cielo y repetis que no vas a decirle adiós nunca.

Millones de estrellas hacen de testigo mientras lo juras en silencio.

Lo pones al día. Cada año hay mucho más por contar.

De lo bueno a lo malo.

De lo perdido y lo encontrado.

Le decis que aprendiste a no tener miedo y en el camino a casa te hiciste más fuerte.

Qué gritas goles por él.

Ahora querés decirle que se quede. Un ratito más. En este momento.

Que la vida se quede justo aquí.

No querés dejar de ser una niña, él te da la mano. Los años pasan. La vida sigue.

Afuera unas gotas de lluvia caen. Cómo siempre que llueve en enero. Cómo siempre llueve desde que ya no está. Enero de un verano que no deja de llover.

Que no deja de llorar.

Y el cielo llora con vos. Y te protege.

Millones de gotas de agua cubren tu rostro y borran las lágrimas.

Porque no querés que te vea llorar. Porque no querés que nadie sepa que vos también lloras.

Duele enero. Duele este día, pero va a pasar. Ya vas a ver cómo mañana sale el sol y en el cielo esa estrella que es tuya te va a iluminar.

En el silencio de la noche. Se escucha tu corazón latir. Algo golpea desde adentro. Millones de emociones, millones de estrellas. Azul el cielo y una estrella en tu pecho. Tu estrella.

Iluminando cuando todo se pone oscuro.

Afuera sigue lloviendo. Miras la lluvia. La escuchas caer y convertirse en una melodía que calma el corazón.

Enero siempre te va a doler. Igual lo esperas.

Cerras los ojos y pasó otro año.

Ahora ya se hizo de noche. Vas a darle un beso antes de dormir. Justo ahí en el cielo.



Para G.








viernes, 26 de noviembre de 2021

China

 


 

La China se va para el centro. Todos se están yendo. Ella vuelve. Ella se va. Ella se queda. 

 Va pisando con suavidad, se va lejos. Va pisando con fuerza. Anda cerca.

 Gente que se va. Gente que viene.

La China los ve llegar. Los ve irse. Van apurando el paso. Pasan mirando el suelo. Pasan de la mano. Alguno la miran, pero la China sigue yendo. Adonde sea que vaya. Si es que va a algún lado. Tal vez está llegando a tiempo o está llegando tarde. Nadie se lo va a reprochar. Nadie le va a preguntar. Adonde va, ni de dónde viene.

La China se va. Se va sin prisa. No teme ir lento, solo de detenerse.

La China sigue. Para ella están llegando. Para ella se están yendo.

Motos. Colectivos. Taxis compartidos. Taxis amarillos. Remises. Todo esos vehículos ruidosos que hay en cualquier ciudad. Que llevan y traen a la gente y que la China nunca usaría, le basta con sus patas para ir y venir.

Ahora espera paciente a que el semáforo pase a color rojo. Mira de reojo a un costado y cruza la calle. Se refugia en algún negocio cuando empieza a llover.

Chicos que salen de la escuela la saludan. La gente que sale del trabajo. Suena alguna radio de esas que pasan música de los ochenta. Pasajeros que la miran con curiosidad. Atraviesa a paso lento el puente. Abajo está el río Xibi-Xibi. Arriba el cielo a punto de llover.

La China se toma una pausa. Se tira de espaldas en el piso y da vueltas. Juguetea en las calles, mientras pasa gente mirando la pantalla de su celular. La China se detiene a disfrutar de esos pequeños momentos lejos de la vida virtual.

A lo lejos algunas personas la reconocen.

La China paseando. Panzona y coqueta. Pensante y lenta. Mueve la cola cuando se acercan a saludarla. Ajena a su propia fama. La China es esa influencer sin celular, ni redes sociales.

Camina sin prisa. No va a ningún lugar. Disfruta del paisaje en tiempo real. Del aire puro que llega desde los cerros. Del sonido del río que alimenta el tiempo. Carga con el sol sobre el lomo. La luna la sigue adonde sea que vaya. Nadie sabe. Nadie le pregunta. La China anda sin barbijo. Ni permiso de circulación. Pero es esencial para la pequeña ciudad que le sonríe cuando la ve pasar.

 


 

 

 

 

 

 

domingo, 11 de abril de 2021

Viajera del futuro




Me dijo que venía del futuro. Un futuro donde el contacto humano ya no existía. Eso me dijo después de que intente estrechar su mano como saludo y me rechazo con algo de torpeza.

Recién salía del trabajo y me la encontré en una plaza que había cerca de mi casa.  Se puso delante mío y tal vez usando algún artilugio del futuro, me obligo a quedarme con ella. Tal vez solo fue su perfume. Ange Ou Demon el mismo que usabas vos.

Tenía puesto un enorme casco plateado que parecía una de esas bolas de espejos que hay en hay en los boliches.

Su cuerpo parecía pintado de plateado, ella me dijo que era un traje. A mi parecía que era pintura. Lo pensé al ver sus pechos accidentalmente. 

Este traje resiste los viajes en el tiempo. 

Eso me dijo la viajera del futuro. La mire con detenimiento buscando algún cierre o botón, y en su piel plateada se podían ver pequeños vellos. 

Este traje plateado refleja la luz de la luna y me camufla. Me dijo.

En las noches de luna llena era invisible. Justo ahora unas nubes se habían devorado a la luna de un bocado. Así que podía verla y sentir el calor de su piel traje cerca de mí.

En pocas palabras me dijo que venía del futuro. Que no podía decir más de 120 palabras por día. Y que si lo hacía recibía una descarga eléctrica que causaba mucho dolor. Justo en la espalda tenía un chip que la conectaba con el mundo futuro y la reprimía. Me mostro en el cuello una de esas marcas que recibía como castigo y para mi más que descargas eran las mordidas de un vampiro.

En el futuro la vida virtual es la única vida y el contacto humano ya no existe. 

No por una prohibición del gobierno, sino porque ya no tenía sentido. 

Aquella había sido una auto imposición de la gente que ya no podía despegarse de las pantallas.

Le pregunte un poco más sobre el futuro.

No hace falta saber de dónde vengo, pronto vas a estar ahí. Lo único que importa es mi misión. Me dijo, además, ya no le quedaban palabras, ni tiempo.

La vida pasaba antes sus ojos en aquel enorme casco que tenía prohibido quitarse. Aunque ahora iba a quitárselo frente a mi poniendo en riesgo su vida.

Se había escapado por qué quería sentir el contacto humano. Y me preguntó que se sentía besar. Y justo me pregunto a mí que hace tiempo tampoco lo sentía. De alguna manera sentí la misma curiosidad que ella.

La invite a mi casa. Le dije que estaban por dar una de Tarantino en la televisión. Creo que también me quedaba media botella de un Malbec en la heladera.

Movió la cabeza hacia los lados y recordándome que no tenía tiempo. 

Luego hizo un mohín con los labios insistiendo en que solo quería un beso.

Un beso. Y me lo venia pedir a mí que aun sentía tus labios quemarme.

Dolidos por tu ausencia, la distancia y el tiempo. 

Viajera del futuro. Brillando como la luna. Estabas cerca mío, pero tu corazón a miles de kilómetros, pronto partirías y solo tenía tiempo para darte un beso. ¿Podría en un solo beso darte lo que buscabas?

Lo que habías venido a buscar tan lejos y arriesgando tanto.

En el cielo las nubes empezaban a regurgitar a la luna.

Ella se acercó y se puso justo frente a mí. Se quito el casco y su belleza plateada se fundió en mi cuerpo. Como la luz de luna que se funde en un lago y se hacen uno. Como plata liquida, hervida y vertida en mi corazón.

Por unos instantes fui parte de aquel futuro lejano y también de este presente igual de lejano para mí.

Mis manos instintivamente se colocaron en su cintura.

Sentí su piel o su traje. Ya no supe distinguir nada más.

Nos miramos a los ojos. Le pregunte su nombre y me reprobó con su mirada.

Ya sé, ya se. No hay tiempo. 

Le di el peor beso del mundo, pero le di el mejor beso que pude haber dado en todos mis años de derrotas amorosas y si por mi hubiera sido. Aquel hubiera sido el último beso que hubiera dado en mi vida.

Ella tenía los ojos cerrados, y cuando los abrió miro hacia el cielo. Miro la luna.

No dijo nada. Tal vez ya había superado sus 120 palabras y no quería sufrir una descarga eléctrica.

La luna ahora era libre y su brillo impacto en el traje de la viajera del futuro que de a poco fue empezando a desaparecer. 

Pude ver por última vez sus ojos. Vi un poco de tristeza. Pero una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro. Estoy seguro de que sonrió y fue la última vez que la vi.

Viajera del futuro. No querías vivir en el futuro. Buscaste un presente en el pasado. Se que no era lo que buscabas. Mis labios no eran los que buscabas.  Pero nos encontramos. Como se encuentran dos labios bajo la luna y se besan.

Me fui a casa ver la película de Tarantino y me terminé la media botella de Malbec. Mientras miraba la luna por la ventana y pensaba en el futuro.




El dibujo es del Dr. Vasco. Con sus tintas y magia le dieron vida a la viajera del futuro.








 




martes, 30 de marzo de 2021

La otra vos

 

La otra vos. Es la que me llama con dulce voz y me promete el cielo con las nubes. La lluvia y millones de gotas para calmar mi sed. Me promete el sol y todo lo que hay mas allá. Mucho más allá.

La otra vos aparece cuando todo se van. Cuando nadie mira. Se me acerca y me habla con ternura. Me hace reír y calma todos los dolores del mundo. La otra vos es esa preciosa canción oculta.

La otra vos solo la conozco yo. Se oculta de ojos y voces.

Se aleja cuando todos hablan y se quejan. Cuando se alteran y putean. La otra vos esta limpia de todo mal y rencor.

Me pide un poco y le doy todo lo que tengo. Lo que no tengo y lo que debo. Me da la mano y me lleva a un costado. Ahí somos felices. Me abraza con suavidad. Me acurruca y me acaricia. 

Me convierte en su secreto. Me guarda en su corazón.

Me roba un beso cuando nadie nos ve. La otra vos es solo mía.

La otra vos solo quiere lo que yo quiero. Y yo solo te quiero a vos.













miércoles, 13 de enero de 2021

Viejas tardes de futbol




Viejas tardes de fútbol. Como ayer. Tardes de fútbol. Hoy. Con Felipe. Mi hijo. Nueve años y monedas. Lo miro. Me veo a mí. Con esa edad. Con esa inocencia. Lo veo a él, me veo a mí.

Veo mí rostro en el reflejo del agua mientras le doy un trago.

Pienso en mis años. En los que tengo. Los que dice que tengo el documento.

Pienso en los años. En el tiempo. Ese viejo soberbio al que nadie puede derrotar. El viejo tiempo, con cara sobradora me dice que ya no soy ese niño.

Y estoy ahí. Pisando una cancha de fútbol. Siento el olor a tierra y pasto. Siento el viento y el sol en la cara transpirada. Me pongo a correr detrás de la pelota. Tiró unos pases con mí pequeño. Corremos. Reímos. Gritamos goles creyendo que estamos en el estadio Azteca. Estamos agitados. Nos refrescamos.

Volvemos a correr detrás de la pelotas. No recuerdo a mi viejo yendo a jugar conmigo. No, no lo culpo de nada. A mi viejo lo quiero. Mucho. Quizás mi hijo alguna vez piense en este día. Quizás lo sienta de la misma manera. Quizás lo recuerde con el mismo cariño. Seguimos corriendo un rato. Nos reímos. Nos abrazamos. Nos vamos a casa.

Pienso en mis años. Pienso en el viejo tiempo. No importa lo que diga, ni lo que diga el documento. Ahí en la cancha sigo siendo ese niño. Por siempre.

Siempre que la pelota siga rodando.





 



miércoles, 9 de septiembre de 2020

La reina en el palacio vacio

 

Escuchaba sus pasos mientras caminaba. Podía escuchar su respiración.

Todo estaba en silencio. Un silencio que la asusto.

Hace rato que venía arrastrando el alma. La arrastraba por su palacio. Se puso a buscar. No había nadie. Se habían ido.

Se habían olvidado de ella.

La hermosa reina en su palacio se sintió triste. Así que se durmió. Por minutos que fueron horas. Por años que fueron siglos. Cerro los ojos y se durmió para no despertar y dejar de estar sola.

Y el palacio fue una prisión.

La reina fue presa de un hechizo que la mantuvo cautiva en una rutina divina. En aquel palacio se olvidó de vivir.

Se había olvidado de tantas cosas. De las pequeñas y simples.

Se olvido de lo que era el amor.

Se había olvidado de reír. Se había resignado a no ser feliz.

Pensó en las princesas de los cuentos. En los príncipes al rescate.

Soñó con tierras lejanas que no estaban tan lejos.

Soñó con besos que la despertaran. Besos que la consolaran.

 Al final ella se despertó sola.

El hechizo se rompió con una traición. Aquella traición que fue un golpe que la dejo en el suelo.

Fue un golpe duro y le causo mucho dolor.

No lloro y en el silencio encontró un refugio.

Desde el suelo miro al cielo y sonrió.

“Vas a salvarte sola”. Le dijo una voz que venía desde el interior.

Hizo un nudo en el corazón, para que nadie pudiera romperlo otra vez.

La reina se puso de pie y se escapó del palacio que fue su prisión.

Aprendió que se nace todo los días, que se muere todos los días.

Y lo que ayer fuera dolor hoy solo es una broma que por las noches la hace reír.

La reina de la más bella sonrisa. De aquel palacio vacío se escapó.


Para MRN