Viajera del futuro
Aquella
extraña viajera me dijo que venía del futuro. De un tiempo en el que el
contacto humano ya no existía. Lo dijo después de que intenté estrechar su mano
como saludo y ella, con cierta torpeza, me rechazó.
Recién
salía del trabajo, tarde y cansado, cuando me la crucé en una plaza cerca de
casa. Se paró delante de mí y, quizá usando algún artilugio del futuro, logró
que me quedara con ella. O tal vez fue solo su perfume: Ange ou Démon,
el mismo que usabas vos.
Con una
mano sujetaba con firmeza un enorme casco plateado, apoyándolo con soltura
contra la cadera, parecido a esas bolas de espejos que cuelgan en los boliches.
Reflejaba las luces de algunos autos que pasaban y parecía multiplicar la noche
en mil fragmentos brillantes.
Su cuerpo
parecía pintado de plata. Era una capa brillante que resaltaba su figura: la
cintura, las piernas, cada curva delineada con una precisión inquietante.
Demasiado perfecta. Tal vez obra de la tecnología del futuro.
A mí me
pareció pintura. Lo pensé al ver, por accidente, la forma natural de sus pechos
y sentir, al acercarme, el calor de su piel.
Este traje resiste los viajes en el tiempo, dijo la
viajera del futuro.
La miré
con detenimiento, casi conteniendo el aliento, buscando algún cierre, una
costura o un botón. No había nada. Su piel plateada era cálida, y se podían ver
pequeños vellos que se erizaban apenas con la brisa de aquella noche de otoño.
Este traje refleja la luz de la luna y me camufla, agregó.
En las
noches de luna llena, era invisible. Pero justo ahora unas nubes se habían
devorado la luna de un solo bocado. Así que podía verla y sentir su piel traje
tan cerca de mí que parecía irradiar calor, como si fuera radiactiva y me
hiciera hervir la sangre.
O tal vez
era aquella hermosa desnudez plateada la que empezaba a sonrojarme y hacerme
delirar.
En pocas
palabras, me explicó que venía del futuro. Que no podía pronunciar más de ciento
veinte palabras por día. Y que, si por error decía alguna de más, recibía
una descarga eléctrica que le provocaba un dolor insoportable.
No era la
única forma de castigo: también le aplicaban descargas si decía palabrotas, si
usaba sarcasmo o ironía. Tenía prohibido hablar de religión, política o sexo.
Incluso el uso de palabras ambiguas o “inestables” podía activar una sanción. Bastaba
con decir algo que pudiera malinterpretarse, y el sistema la corregía con
dolor.
Había una
larga, larguísima lista de restricciones, que llevaba anotadas en el casco.
Tenía un chip en la espalda que la conectaba con el mundo futuro y la mantenía
controlada. Me mostró una marca en el cuello, una de tantas que recibía como
castigo. Para mí, más que descargas, parecían mordidas de un vampiro.
Como no
soy de los que hablan mucho, pensé que ciento veinte palabras al día parecían
más que suficientes. En ese aspecto, el futuro no me asustaba tanto. Así que,
llegado el momento, no iba a tener problemas con esa regla.
En el futuro, la vida virtual es la única vida. El contacto humano
ya no existe, me dijo la viajera.
No fue una prohibición del gobierno, sino algo más triste: ya no tenía sentido. Aquello había sido una autoimposición. La gente simplemente fue incapaz de despegarse de las pantallas.
Le
pregunté un poco más sobre el futuro.
No hace falta saber de dónde vengo, dijo,
negando con la cabeza. Pronto vas a estar ahí. Lo único que importa es mi
misión. Además, ya no me quedan palabras. Ni tiempo.
Me puse a
contar con los dedos, y estaba casi seguro de que no habíamos llegado a las
ciento veinte palabras. Supuse que ya había dicho varias antes de encontrarse
conmigo.
La vida
pasaba ante sus ojos dentro de aquel enorme casco que tenía prohibido quitarse.
Y, sin embargo, ya se lo había quitado para poder hablar conmigo, poniendo en
riesgo su vida.
Se había
escapado porque quería sentir el contacto humano. Entonces me dijo por qué
había viajado en el tiempo, por qué había arriesgado su vida y sometido su
cuerpo a descargas eléctricas:
Quiero saber qué se siente besar, me dijo. Solo quiero
eso. Un beso.
Y justo
me lo vino a decir a mí, que ya había perdido la cuenta de las noches sin luna
y sin besarte.
De alguna
manera, sentí la misma curiosidad, y la misma melancolía, que ella.
La invité
a mi casa. Le dije que estaban por dar una de Tarantino en la
televisión. Y que, además, todavía me quedaba media botella de Malbec en
la heladera.
Movió la
cabeza hacia los lados, recordándome que no tenía tiempo. Luego hizo una
pequeña mueca con los labios y, con un dedo, los señaló, insistiendo en que
solo quería un beso. Un beso. Y me lo venía a pedir a mí, que todavía sentía
tus labios quemándome, dolidos por tu ausencia, por la distancia, y por un
tiempo que aún no sabía cómo curarme.
Viajera
del futuro. Tu traje plateado, como la luna, empezaba a ocultarte, y en aquel
brillo tu figura se volvía aún más irreal y hermosa. Estabas cerca mío, pero mi
corazón a miles de kilómetros. Pronto partirías, y solo tenía tiempo para darte
un beso. ¿Podría, en un solo beso, darte lo que habías venido a buscar tan
lejos, arriesgando tanto?
En el
cielo, las nubes empezaban a regurgitar a la luna, y la viajera del futuro
dio un paso más hacia adelante. Se puso justo frente a mí, y sus ojos eran
estrellas que me iluminaron con un brillo de otra época. Estaba tan cerca que
su belleza plateada se fundió en mi cuerpo. Como la luz de luna que se funde en
un lago y se hacen uno.
Como
plata líquida, hervida y vertida en mi corazón.
Por unos
instantes, fui parte de aquel futuro lejano y también de este presente, igual
de lejano para mí. Mis manos, instintivamente, se colocaron en su cintura. Sentí
su piel, o su traje. Ya no supe distinguir nada más. Solo sé que mi corazón
dormido se despertó, y empezó a latir como una alarma, como un recordatorio de
que aún podía sentir.
Nos
miramos a los ojos. Le pregunté su nombre, y ella me reprobó con la mirada.
Ya sé, ya sé. No hay tiempo.
Le di el
peor beso del mundo, pero fue el mejor que pude haber dado y aprendido en todos
mis años de derrotas amorosas. Y si por mí hubiera sido, ese habría sido el
último beso de mi vida. Ella tenía los ojos cerrados, y cuando los abrió, miró
hacia el cielo. Miró la luna. No dijo nada. Tal vez ya había superado sus
ciento veinte palabras, y no quería sufrir una descarga eléctrica.
La luna,
ahora libre de nubes, proyectó su brillo sobre el traje de la viajera del
futuro, que de a poco comenzó a desaparecer. Pude ver por última vez sus
ojos. Vi un poco de tristeza, pero también una pequeña sonrisa que se dibujaba
en su rostro. Estoy seguro de que sonrió. Y fue la última vez que la vi.
Viajera del futuro. No querías vivir en el
futuro. Buscaste un presente en el pasado. Sé que no era lo que buscabas. Mis
labios no eran los que buscabas. Pero nos encontramos. Como se encuentran dos
labios bajo la luna y se besan.
Me fui a
casa a ver la película de Tarantino y me terminé la media botella de Malbec,
mientras miraba la luna por la ventana y pensaba en el futuro.
El dibujo es del Dr. Vasco. Con sus tintas y magia le dieron vida a la viajera del futuro.
Que buen relato!!!! es tanto de ciencia ficción como tan actual. Muy buen logrado :D
ResponderEliminarUn saludo enorme desde Plegarias en la Noche.
Gracias, Tiffany!
EliminarHOLA HOLAAA!!
ResponderEliminarTe ha quedado genial, lo he disfrutado!
Un besote desde el rincón de mis lecturas💞
Me alegra que te haya gustado!!!
Eliminar¡Hola! Creo que tu relato nos muestra un futuro muy posible y nos hace recapacitar sobre la gran e inevitable influencia del mundo virtual. Me ha gustado el misterio que envuelve a la viajera del futuro y, especialmente, este juego de palabras al final: "Viajera del futuro. No querías vivir en el futuro. Buscaste un presente en el pasado."
ResponderEliminarUn abrazo :)
Gracias por pasar y las palabras! Ese futuro no tan lejano. Da un poco de miedo a veces.
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