—¿Por qué lloras?
—le pregunto La bruja de los vientos al hombre.
Estaba sentado con la cabeza apoyada en el tronco de un viejo
árbol de lapacho.
El hombre movió un
poco la cabeza y la miro sin comprender. Una extraña joven estaba parada justo frente
a él.
La bruja de los
vientos había llegado hace un rato, pero estaba tan ocupada en sus asuntos
que no se había percatado de la presencia del hombre.
El viejo lapacho fue el que le dijo que aquel hombre se
llamaba Marcos.
—¿Que? No estoy llorando.
Además, no te importa que estoy haciendo.
—Hum. Tienes razón.
Me equivoqué, ahora me doy cuenta de que no estás llorando. Pasa que mi amigo a
veces ve el cielo alborotado y sabe que pronto va a llover. Supongo que cree
que pasa lo mismo con las personas. Vio tu corazón alborotado y dio por sentado
que pronto llorarías.
—Mi corazón no está
alborotado y no estoy por llorar tampoco, no sé de qué hablas.
La bruja de los
vientos miro hacia el viejo lapacho y asintió.
—Mi amigo dice que
eres demasiado terco para admitir que vas a llorar. Pero dice que no tiene nada
malo. La lluvia es hermosa. ¿Te imaginas que sería del mundo si el cielo fuera
igual de terco? No sería lindo un mundo en el que nunca llueve.
—¿Tu amigo te dijo?
No sé quién es tu amigo. Pero yo no hable con nadie.
—Lo sé, el no habla.
Solo escucha.
—No sé quién es tu
amigo.
—Ese que está ahí,
es mi amigo—dijo y con un dedo apunto al árbol—. Ese viejo lapacho. Hoy es su
ultimo día en esta tierra. Vine a ayudarlo en su despedida. Pero se complica un
poco la cosa estando tu aquí.
En el cielo se podía
ver unos negros nubarrones y un fuerte viento anunciaba una tormenta. Marcos se
sentía triste. Eso era verdad, quería estar solo un momento. Al ver a aquella
extraña joven comprendió que eso no iba a ser posible.
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